Entre la zona más septentrional de la Merindad de Río Ubierna y el Valle de Sedano se extienden unas desoladas y planas estructuras rocosas de inhóspita y fría superficie, habitualmente azotadas por el viento norte, en las que apenas consigue arraigar más que un ralo matorral de brezo, tomillo, gayuba, espliego y sabina rastrera, con algún aislado y reducido bosque de carrascas, encinas y quejigos de escaso porte.
En este paisaje, la continuada acción de la erosión ha dejado tan sólo suelo suficiente para que consiga sobrevivir la vegetación menos exigente. Además, el viento y el frío han contribuido a dar el aspecto desolado que presenta el páramo durante buena parte del año.
Sin embargo, con la llegada de la primavera, estas tierras se tiñen de vivos colores, gracias a la loración de las distintas plantas y a la aparición de las diversas variedades de orquídeas que se desarrollan en la zona.
Y si la flora resulta interesante, la geología aquí es sorprendente. Diversas formaciones kársticas se extienden por el páramo: valles secos, dolinas, uvalas y múltiples lagunas en Cernégula y Masa, resultado de la afloración de los amplios acuíferos subterráneos existentes. En las orillas de estas lagunas dominan por su presencia el junco de laguna, el cañizo y la espadaña.